De Madrid a Valencia por error

De Madrid a Valencia por error

¿Alguna vez has tenido que moverte en una ciudad que no es la tuya, con miedo a confundirte de tren o de autobús y de terminar a kilómetros de distancia? Incluso es probable que te haya pasado alguna vez, como la aventura que tuve yo con el metro de Nueva York

Pero lo que realmente asusta es coger un tren equivocado que te deje en la otra punta del país. Suena descabellado o incluso surrealista, pero una serie de circunstancias hicieron que una amiga mía terminara a cientos de kilómetros de casa en un día normal y corriente, al salir del trabajo.

Se trata de una chica que vive en uno de los pueblos de la sierra de Madrid, y cada día toma el tren de Cercanías para trasladarse a la capital. Repito: es una tarea cotidiana, que repite a diario, siempre en la misma estación.

Sin embargo, por alguna extraña circunstancia, un día le salieron mal todos los planes. Se confundió de andén y se subió sin pensarlo en un tren de larga distancia, donde nadie le pidió el billete para acceder. Atención, porque este detalle es bastante llamativo teniendo en cuenta lo que vendría después…

Cuando tienes prisa (y nadie te pide billete), puedes subirte a un tren equivocado…

El resultado increíble es que la chica acabó en un tren de larga distancia con destino Valencia y sin paradas. Ningún empleado de Renfe le había pedido el billete, y cuando se dio cuenta del error ya era demasiado tarde.

El tren arrancó y la pobre chica no tuvo más remedio que asumir la situación. Intentó hablar con los empleados en el tren, pero no pudieron ofrecerle ninguna solución. La pobre tuvo que viajar todo el trayecto hasta Valencia, desesperada y preguntándose todo el rato cómo había llegado a ocurrir todo eso.

Los trabajadores de Renfe la vieron tan desesperada que le ofrecieron volver de Valencia a Madrid en el siguiente tren, totalmente gratis…

¡Si no lo leo, no lo creo!

Ya no me apetece pizza

Me hacen mucha gracia esos cambios de última hora que hacemos cuando llegamos a un restaurante y decidimos que ya no vamos a comer lo que teníamos pensado en un principio. Yo, por ejemplo, si estoy particularmente indecisa ese día, acabo escogiendo una opción y obligo a mis acompañantes a quitarme la carta (así no sigo mirando y dejo de darle vueltas al asunto).

Tengo un amigo que trabaja en un restaurante italiano en Madrid, y tiene bastante fama por la calidad de las pizzas (están hechas al estilo napolitano, como la de la foto) 😉

Ya no me apetece pizzaHace unas semanas llegó al restaurante un matrimonio de unos 50 años, y ambos miembros de la pareja estaban emocionados de estar allí. Se empeñaron en saludar al dueño del restaurante porque decían que habían llegado desde Valencia a pasar unos días en Madrid y que habían ido expresamente a comer allí porque todo el mundo les había hablado de las fantásticas pizzas.

Así que el jefe saludó un poco a regañadientes, agradeció los cumplidos y volvió a trabajar…

Para sorpresa de todos, y después de todo el «latazo» que habían dado con el tema de las pizzas, los recién llegados acabaron pidiendo pasta bolognesa.

Me imagino la cara que pusieron todos, tipo Are you f* kidding me?

 

Vasos

El coleccionista de vasos

Vasos

Imagen de Denkhenk

El protagonista de esta historia me pidió que no saliera a la luz hasta mucho después de que ocurriera, así que por fin se ha cumplido y puedo escribir con libertad y carcajadas mentales  algo que llevaba mucho tiempo queriendo contaros.

Era una tarde cualquiera, en un fin de semana cualquiera, en un frío invierno de Madrid. Me llamó un amigo para quedar, pero con el objetivo de conseguir un vaso que le faltaba para su colección. La verdad es que sus intenciones me extrañaron un poco, pero decidí no comentar nada [total, yo colecciono peluches…]

Cuando nos vimos, todavía me dejó con la intriga durante un rato porque no me quiso explicar nada del vaso hasta que no llegamos a la puerta de un pequeño bar en el que había bastante gente. Me hizo pasar y nos sentamos en una mesa alejada de la barra. Y, cuando por fin nos sentamos, me explicó sus intenciones (y yo me quedé un poco asustada).

Mi amigo me dijo que colecciona vasos de ciertas marcas de refrescos y cervezas. Después me comentó que llevaba mucho tiempo en busca de un tamaño de vaso concreto que no había conseguido ver en ninguna parte y que no estaba a la venta, hasta que finalmente, un compañero suyo le explicó que en ese bar los servían con la cerveza y el agua.

Me quedé alucinada y tuve que ver cómo pedía las bebidas para luego limpiar el vaso y meterlo en un discreto bolso que llevábamos.

Gracias a esa tarde (y al mal rato que pasé yo), su colección está completa. Yo, de vez en cuando, me acuerdo de ese rato con una mezcla de diversión y odio hacia mi amigo. De hecho, ese mismo día pasamos bastante tiempo haciendo bromas sobre la cuestión. Eso sí: como me vuelva a pedir que le acompañe, le regalaré un vaso de plástico de las fiestas de niños pequeños y me negaré rotundamente.

Glups… ¡qué mal rato!

El Ser Creativo

Coincidencias en el congreso «El Ser Creativo»

La semana pasada asistí al congreso El Ser Creativo con un estupendo pase de prensa como bloguera de Gaceta Joven. ¡Alguna ventaja tenía que tener hablar de mis anécdotas!

No podría imaginar que también me ocurriría algo curioso en el congreso. Parece que las casualidades son mi destino o que mi vida no puede ser «normal», según lo que me han dicho ya varios amigos. Pero voy a volver al tema del congreso…

Llegué el miércoles 19, una hora antes del comienzo, para recoger la acreditación y el dosier de prensa. Ya tuve problemas desde el primer momento porque no encontraba el acceso, así que me dirigí a la puerta principal para pedir información a uno de los voluntarios.

Mientras el chico en cuestión me explicaba que tenía que salir y entrar por otra puerta, me di cuenta de que había una chica detrás de él saludándome con la mano.

Me fijé un poco más y… ¡una antigua compañera del colegio! Hacía mucho tiempo que no la veía porque ya no vive en mi ciudad, pero le habían ofrecido colaborar como voluntaria en la organización del congreso, ¡y allí estaba!

Y yo, como siempre que me ocurren estas cosas, aluciné en colores…

Aeropuerto

La maldición del aeropuerto

Aeropuerto

Imagen de Elemaki

He estado una semana de vacaciones en Barcelona con una amiga, pero como es normal en mí, las cosas ya se torcieron desde el principio y llegué agotada a mi destino turístico desde el primer día.

Las diferencias de precios entre avión y tren eran muy importantes así que decidimos ir en avión.

Imprimimos las tarjetas de embarque como copia de seguridad, pero las llevábamos en el teléfono móvil porque pasas el control por una «vía rápida» y, en general, todo es bastante más cómodo.

Lo que no podíamos ni imaginar era que la persona que nos atendió en el mostrador para dejar las maletas nos mandaría a una puerta de embarque equivocada. Nosotras, previsoras, decidimos no hacerle caso y dirigirnos a la que estaba asignada en la tarjeta de embarque.

Efectivamente: nosotras teníamos razón. Pero, por desgracia, es una zona de embarque totalmente apartada del resto, y para acceder a ella hay que pasar al satélite de la T4 y atravesar DOS VECES los controles de seguridad y los de documentación. Una auténtica odisea que nos dejó muertas de cansancio y hartas de todo.

Y lo peor de todo fue que en el segundo control de seguridad no admitían las tarjetas de embarque del móvil porque no tenían lector para ello. Menos mal que llevábamos las copias impresas…

Espejo

¿Eso es un espejo?

Espejo

Imagen de Ranveig

«Noches de fiesta y confusión»: así se podrían describir muchas aventuras en las discotecas de Madrid los fines de semana. De hecho, es normal que me ocurran cosas curiosas cuando salgo y, como ya sabéis, las comparto con vosotros.

Hace unos meses, fui a una discoteca que me gusta mucho porque no se llena demasiado y tiene un ambiente genial con música muy variada. Además, el local, de por sí, es muy chulo y tiene muchos espejos para decorar.

Los espejos, por otra parte, tienen sus efectos negativos sobre los que han bebido más de la cuenta: el local da la impresión de ser mucho más grande debido al reflejo de todos los presentes en la sala.

Yo bailaba con mis amigos al fondo de la discoteca, justo al lado de los espejos. De repente, llegó un chico un poco «contento», pasó entre nosotros sin importarle irrumpir en nuestro círculo y fue directo hacia los espejos, hasta casi chocar con ellos.

Por suerte, no ocurrió la desgracia y reaccionó justo a tiempo, nos miró extrañados, volvió a mirar el reflejo, y dijo, sorprendidísimo «Anda, ¡creo que me he perdido!»

Y se fue.

Nos hizo reír un buen rato este pequeño hecho. La fauna discotequera…

Parque de Atracciones

Haciendo el ridículo en el Parque de Atracciones

Lo sé, lo sé, lo sé: soy experta en hacer el ridículo, y además me rodeo de gente que también es especialista y que se ríe de mí y conmigo.

Hace unos días decidí ir al Parque de Atracciones para combatir un poco el calor asfixiante de Madrid en agosto, y fue una maravillosa idea porque no recuerdo ninguna otra visita a este lugar de ocio en la que me haya mojado tanto.

Llegamos a primera hora de la mañana, para aprovechar unos vales de descuento que tenía una amiga mía, y recorrimos todas las atracciones haciendo especial hincapié en las de agua.

Si habéis subido alguna vez en “Los Fiordos” sabréis qué se siente cuando la barca cae y se te echa encima una ola gigantesca que te empapa.

Y, lo mejor de todo: después de haberse empapado casi por completo, es quedarse quieto en el puente que hay justo sobre el agua para que te salpiquen de una forma impresionante las barcas que van cayendo.

Allí estaba yo, con mis amigos, todos felices sobre el puente y con agua hasta en los oídos, cuando me resbalé y me caí de culo por las escaleras de bajada.

Obviamente, había mucha gente mirando y supongo que muchos se rieron a mi costa. ¿Por qué soy experta en hacer el ridículo?

Fauna

La fauna salvaje de un séptimo piso

Fauna

Imagen de Didier Descouens

Os lo adelanté la semana pasada: tenía que contaros una aventura de fauna salvaje y de divertidas (o curiosas) luchas por la supervivencia.

Resulta que el otro día, volviendo a casa por la noche después de salir a cenar con mis padres, estaba comentando con ellos una desagradable sorpresa que me había llevado en París un día cualquiera del mes anterior.

En mi estancia en la capital francesa, estaba muy contenta porque no había tenido ningún problema con insectos, arácnidos ni ningún otro tipo de “bicho” no deseado en mi habitación de la residencia. Haciendo cuidadosas limpiezas con frecuencia, y enchufando un repelente todas las noches, parecía que me había librado del problema.

No obstante, una tarde en la que estaba escribiendo tranquilamente en el ordenador, me quedé horrorizada al ver que una araña gigante estaba subiendo tan tranquila por la pared. Más que por asco, mi gran sorpresa se debía a la incertidumbre: ¿por dónde narices había entrado?

Después de acabar con ella, investigué por toda la habitación en busca de una tela de araña en la que la “amiga” pudiera haberse instalado, pero no encontré nada. Así que siempre me quedará la duda sobre el origen de aquella intrusa.

Volviendo a agosto… Como os decía, yo conté esta historia a mis padres justo antes de llegar a casa, y entonces descubrimos que, en el techo del cuarto de baño había… ¡una salamandra!

Medía unos 15 cm y no parecía importarle lo más mínimo nuestra presencia, pero os podéis imaginar que nosotros removimos cielo y tierra (o más bien, techo y suelo) para poder echarla de allí.

Fue una aventura inolvidable en todos los sentidos, y de nuevo toca plantearse cómo narices llegó ese bicho a mi casa, teniendo en cuenta que vivimos en un séptimo piso.

Las dos opciones que se nos ocurren son: fachada del edificio (¡menuda escaladora!) o conductos de ventilación (que me parece muy peliculero).

¿Alguna otra sugerencia?

10 euros

Ropa de lujo a 10 euros

10 euros

Imagen de sharonang

Antes de empezar a relatar la siguiente aventura de este blog, debo mencionar que esta pequeña historia me ocurrió con mis padres hace unos días, cuando salimos a cenar intentando aprovechar el poco fresquito del verano madrileño (solo existe por las noches).

Dando un paseo antes de cenar, pasamos por delante de una pequeña tienda de ropa en cuyo escaparate había unos vestidos que llamaron la atención de mi madre. Sin embargo, por la zona en la que nos encontrábamos, el tipo de prendas y el pequeño detalle de que no había ningún precio expuesto, supusimos que estábamos observando una de esas tiendas de “semi-lujo” en las que los compradores no necesitan ni mirar el precio.

De hecho, empezamos a comentar que algunas personas con “pasta” suficiente pueden llegar a esas tiendas y entrar directamente a probarse lo que les interese sin preocuparse del precio. Si les queda bien, lo compran sin ni siquiera dirigir la mirada un instante a las etiquetas.

Con esta idea en la cabeza, mi madre asumió que no merecía la pena entrar, y fuimos a cenar.

Volviendo después hacia el coche, decidimos ir andando por la otra acera (y así variar el paisaje). Cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que, en la parte más alta del escaparate de dicha tienda, había un cartel que anunciaba todo el stock a 10 euros por liquidación total.

A cuadros nos quedamos. No era para tanto…

Basura

La basura es mi destino

Todos tenemos un “destino” o una “maldición” que parece que nos persigue a todas partes. Tengo una amiga que siempre, siempre, siempre, siempre, siempre sin excepción pierde el Metro porque “se le cierran las puertas en las narices” (como se suele decir). También conozco a gente a la que se le acaba siempre el papel higiénico en los baños públicos.

¿Y qué me ocurre a mí? Yo sufro una extraña maldición cada vez que salgo de casa por la noche: me persiguen los camiones de la basura.

No es nada agradable volver, después de una noche de fiesta, junto a un camión de la basura que va parando constantemente (la historia se convierte en un “lo adelanto, me adelanta, lo adelanto, me adelanta, lo adelanto”). Os podréis imaginar lo perfumada que llego a mi portal…

Al principio mis padres me decían que eso era porque siempre volvía a la misma hora de fiesta, pero luego he descubierto que, efectivamente, tengo la maldición del camión de la basura: da igual a qué hora llegue (0.00, 1.00, 3.30, 5.00) porque siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, me encontraré con él.

Un domingo fui de excursión a un pueblo de la sierra con una amiga, y nos encontramos con el camión de la basura de allí, que al parecer trabaja los domingos a las 9.00 de la mañana.

En otra ocasión, me crucé con uno distinto en pleno centro de Madrid, un martes a eso de las 15.00.

Pero, queridos basureros que tanto me queréis, ¿por qué venís a buscarme también a París? La otra mañana, yendo a clase de francés, me crucé con cuatro (SÍ, CUATRO) camiones de la basura. No sería tan alarmante si no fuera porque, de mi residencia a la escuela, hay tan solo 10 minutos a pie.